21/7/10


PROGRESIÓN EN ESPIRAL


Tomás Martín Tamayo


Llegué a la pintura de Antonio Castelló Avilleira de la mano de unos amigos que conocen mis preferencias y saben que no estoy entre los que confunden decoración de paredes con arte pictórico. La sensación que tuve al ver su obra fue similar a la que me produjo el paisajista del agua, Yoshi Usui o las figuras de Eduardo Naranjo y, como ellos, aportando carácter propio y definida personalidad. Acababa de descubrir el mundo singular de un hiperrealista original, fiel en el fondo y en la forma a los cánones tradicionales del fotorrealismo con el que asombraron al mundo Ennio Montaviello, Adolf y A.D. Cook´s. No descalifico las tendencias vanguardistas, porque sé que el arte es plural y está en permanente movimiento, pero tampoco me dejo llevar por impulsos de supuesta modernidad que, en muchos casos, esconden limitaciones gigantescas. En Antonio Castelló Avilleira, descubría a un pintor con pocos años y mucho oficio, que sabe captar la atención y plasmar sobre el lienzo un mundo de realidades y emociones.



El abogado cacereño, Javier Casado, uno de los primeros coleccionistas de la obra de Antonio Castelló, dice que su pintura rebosa vitalidad y positivismo. Así es. La explosión de luces y colores de sus frutas recién cortadas, nos inunda de fuerza positiva y el uso de los tonos pastel y la delicadeza del trazo, invitan al deleite contemplativo, alejando el fantasma de la melancolía y los nubarrones de la tristeza. La grandeza de algunos hiperrealista como ACA es que, sin apartarse del modelo, saben impregnarlo de su personalidad y su estado anímico. La obra de Antonio Castelló Avilleira propicia la meditación, facilita la calma y la paz del espíritu. ACA deja en su obra su personalidad, transmitiéndole el sosiego que le es consustancial. Los vidrios, los metales, las postales, los cacharros herrumbrosos de la cocina, mesas, paredes y manteles aparecen ante nosotros como entes con vida propia, que evocan cercanía y tranquilidad. Los mismos objetos que en otros hiperrealistas aparece como vetusto, en desuso y apagados, cuando lo toca Antonio C. Avilleira se trasforma en algo vital, familiar, querido y reconocible. Lleva razón Javier Casado, Avilleira es el pintor de la alegría. Sus bodegones enseñan la cara amable de lo inerte, donde predomina la luz y en los que se aprovechan las sombras para resaltar la fuerza y la vitalidad. Es tal la simbiosis entre el pintor y su obra que conociéndolo a él se reconoce su obra y resulta perfectamente prescindible la firma del autor, que en él es un trazo casi ilegible. El hiperrealismo es en Avilleria algo más que la plasmación puntual de lo real, porque sabe envolverlo en fantasía.



Suelo traducir y aplicarme una norma genérica de Groucho Marx, que me resulta infalible para medir el arte: Lo que yo puedo hacer sobre un lienzo, con una brocha, una espátula o un pincel, no puede ser catalogado como arte. Sé que debajo de la piel de muchos vanguardistas no hay otra cosa ficción, histrionismo, pura escenografía y que bajo el manto protector del arte se ocultan muchos presuntos artistas, incapaces de ofrecer dos pinceladas certeras y sinceras. Poses en definitiva, que delatan carencias e insolvencias. Aunque acepte lo figurativo y reconozca arte en algunas realizaciones abstractas, el camino de la verdad no suele cruzarse con el de la mentira. ¿Quien puede leer una novela compuesta por palabras sueltas e inconexas, incapaces de elaborar un mensaje, sin argumento, principio ni fin? Muchos supuestos vanguardista es eso lo que hacen, aunque lo escriban a brochazos y dejando más rabia que arte sobre el sufrido lienzo.



El arte de Antonio Castelló Avilleiria es de verdad, no esconde nada y no se basa en nada que no sea arte en la expresión más auténtica del vocablo. Eso es lo que es y ahí hay lo que hay, sin máscaras, trucos escénicos, cartas en la bocamanga ni camuflajes. Artistas como Avilleira, Antonio López, Álvaro Toledo, Javier Arizabalo o el extremeño Eduardo Naranjo no necesitan de traductores, guías, ni manual de instrucciones y lo ve el académico y lo aprecia el tendero de la esquina. Antonio Castelló Avilleira está en la corriente de los hiperrealistas que llenan las paredes de los museos más prestigiosos y que han servido de basamento a la historia de la pintura universal. Con apenas 20 años comenzó a exponer su obra y hoy tiene una demanda que supera en años la producción que puede ofrecer. ACA puede decir con legítimo orgullo que no dispone de obra para vender y que no posee ni una sola de las que se muestran en este catálogo.



Sé que el hiperrealismo tiene detractores que lo señalan como mero arte fotográfico, pero creo que tiene poca consistencia equiparar el objetivo de una cámara con el difícil trazado de un pincel sobre el lienzo vacío, dando realismo, una visión personal y emociones al mismo tiempo. Lo más didáctico que puedo sugerir es la contemplación de la obra de Avilleira, porque es la mejor forma de romper algunos esquemas encorsetados, porque en ella hay alma, hay vida, hay pasión, fuerza, alegría y entrega.



De todos modos, como el arte es múltiple y no admite encorsetamientos ni limitaciones apriorísticas, dejemos que sea el tiempo el que imponga su ley de supervivencia y, como ha hecho siempre, se encargue de la criba y separare el trigo de la paja. Cuando lo haga, la obra de Antonio Castelló Avilleira estará aún más prestigiada y seguirá causando admiración, para deleite de los que tengan la suerte de poseerla o contemplarla.



Impresiona la madurez personal de Antonio Castelló Avilleira, que no solo se refleja en su pintura. Antonio conoce su tiempo y su espacio y no se deja llevar por empujones de conveniencia económica, tentación que no todos tienen el temple de soportar. Antonio no se apresura, no corre, no se precipita, va a su paso y para en las estaciones el tiempo justo para hacer autocrítica, distanciarse y tomar impulso. Él conoce su camino y tiene tan perfilada su meta que maneja las bridas de su evolución sin caer en estridencias ni extravagancias. Viéndolo y escuchándolo, uno saca la conclusión de que su seguridad es solo una consecuencia más de la experiencia que viene acumulando desde los 12 años, edad en la que comenzó a vender sus primeros cuadros y a ver con claridad que aquel era su mundo y que, además, era un mundo del que no quería salir y necesitaba administrar, porque en torno a el iba a girar su vida.



Sólo él sabe hacia donde se dirige, pero parece evidente que en sus pasos no entra la improvisación de los desnortados que se despistan en el primer cruce de caminos. Castelló Avilleira no ha dejado de caminar y de los paisajes primerizos pasó a las trasparencias de cristales, globos, objetos inanimados, metales y muebles vetustos, ramajes, postales o bodegones de personalísima facturación, pero en todas las estaciones por las que ha ido pasando, dejó el sello incuestionable de su personalidad, su sensibilidad, su gusto refinado y la evolución natural en alguien que, a sus 36 años, lleva 25 años enfrentándose con el lienzo.



En este, que podíamos denominar como su primer catálogo general, puede apreciarse el preciosismo que Avilleira impregna a su obra y repasándola en “correpágina”, se ve la evolución en espiral de un pintor al que fácilmente se ve más cerca del principio que del final. Creo que esta colección sirve para enseñar apenas el “pico de la muleta” de un torero con edad e ilusiones de novillero. En pocos años se ha hecho con un lugar en el complicado mucho del arte pictórico y todo parece indicar que ese lugar se ensanchará a medida que pasen los años y Antonio vaya poniendo luces y contenidos al continente personalísimo que lleva dentro.



La Asamblea de Extremadura, en su afán de difundir el arte sin fronteras, presta ininterrumpidamente su galería a todos los pintores que ofrecen calidad y proyección de futuro. Entre ellos, Antonio Castelló Avilleira, con el que se cierra el año de la celebración del 25 aniversario, ocupa ya un lugar imborrable. Así será, que así sea.